En el malecón, sentados en un banco de madera, charlamos largamente con un hombre de setenta años; ellos mismos no parecen superar sus propias contradicciones: el amor a Fidel que les trajo la salud y la educación gratuita, frente a la falta de libertad y la carencia de los bienes de consumo más elementales.
La parte de la ciudad que recorremos tiene el aspecto de un barco que se hunde poco a poco, quizás desde hace medio siglo. Me recuerda alguna de las calles de
Lo más importante: gente cálida y amable, franca, solamente un hombre maduro sentado a la puerta de su casa se negó a ser fotografiado, el resto: hombres y grupos de jóvenes y mujeres mostraron gusto en ello. Un excelente muestrario fotográfico en todo caso.
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No, definitivamente no. Sí a los cubanos pero no al sistema, no a esa idea de que los turistas sean abultadas billeteras llenas de dólares que hay que asaltar a toda costa. Cinco euros los extranjeros, veinte céntimos los cubanos, para entrar a ver museos que exhiben cuatro cosas; todo es un poco así. Paseos insignificantes por Sierra Maestra, que desde luego no será el Parque Nacional de Ordesa, casi los cincuenta euros por persona. Crazy! Leo toda la tarde sobre los cien últimos años de la historia de Cuba.
El Che debía de entender de muchas cosas pero creo que no comprendió, igual que no comprendieron los rusos, que el hombre no sólo vive de incentivos morales, de ideales —y menos las masas—. Se cargaron los negocios, las pequeñas empresas, también una parte notable del trabajo de la tierra, se burocratizó
Mirando la calle es difícil saber de qué vive
Al final de la tarde el gusto por el pintoresquismo de las calles queda parcialmente anulado; la pátina del tiempo, los colores, la gente sentada en los portales, el mundo afrocubano despreocupado y amigable, desaparece el impacto de lo nuevo.
Perdieron muchos años, ahora tienen que redescubrir otra manera de hacer economía, fomentar la iniciativa privada, dejar que el dinero se mueva.
Mientras caminamos conversamos sobre
Es imposible dejar de proyectar sobre la realidad cubana el hecho de nuestra realidad en Europa, nuestro sentido de la vida y
Cuarenta y tres años de ausencia absoluta de libertad son demasiados años. El entusiasmo que generó la revolución se ha ido enfriando hasta convertir este país (da lástima decirlo) en un lugar insufrible, un galimatías a la caza del dólar en donde participa no sólo el estado sino la población en pleno. La verdad es que estamos saturados. No hay persona con la que hablemos que no quiera desfogarse con la suelta de todos los despropósitos del sistema.
Esto no está hecho para nosotros; hoy se nos pasó por la cabeza la idea de adelantar nuestro vuelo camino de Venezuela. No sabemos qué resultará, o si encontraremos libros lo suficientemente interesantes como para tumbarnos en alguna playa cercana donde el amanecer y el crepúsculo pueda dar parte de nosotros.
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Hablo con Jaime Sabines. Si me preguntaran diría que sí, que esas cosas tarde o temprano las pienso. En el revoltijo de lo humano cabe todo, toda clase de días, los ruidos nocturnos, la tristeza, los anhelos que bajan del cerebro al bajo vientre, la sinopsis universal, la esperanza de un gesto; fornicar, al cabo es como intentar atravesar el más allá, ese trozo de infinito que nos sugiere la exploración de otro cuerpo, ese que apenas existe más que en deseo pero que creemos atajar con la plena energía de nuestra obsesión. Quizás centrando en ello buena parte de mi energía logre ir engañando a mi propia clientela anímica. Primero fue Dios, inconmensurable fusión mística con una idea imposible, después fue la mujer representada por la mitad del género humano, vestida con los atributos de la liturgia, del rito que nos adentra en el camino al otro lado de nosotros mismos.
Deja que la vida entre en ti. Se podría hacer una gran trenza con las citas con que poco a poco vamos hilvanando la correspondencia de este verano.
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